
14
Enero
Nuestros mayores, trabajando con su autoestima
A lo largo de la vida se van añadiendo elementos que conforman en un sentido u otro nuestra autoestima, que no es otra cosa que la forma en la que nos vemos, la manera de cómo nos sentimos con nosotros mismos. Las personas tendemos a valorarnos, a juzgarnos periódicamente, y estas valoraciones y juicios intrapersonales van cambiando conforme nos hacemos mayores, fruto de nuestras experiencias y de nuestras vivencias. Aquellos que gozan de una alta autoestima se enfrenta a las situaciones de la vida con mayor nivel de confianza y seguridad en sí mismos, tanto en el terreno personal y social como en el terreno de lo laboral.
El concepto de autoestima se construye gracias a la conexión que se establece entre tres espacios bien diferenciados. El primero de ellos lo conforma el YO, mi propio carácter, mi manera de ser y mi manera de actuar. El segundo vendría de la mano del mundo más cercano a nosotros, ese mundo que se compone de la familia, los amigos y las relaciones sociales y personales. El tercer espacio lo conforma la interacción y la herencia cultural que recibimos de acuerdo a cómo nos desarrollamos como personas. Si vivimos en una sociedad donde la vejez se identifica con conceptos como la sabiduría y la experiencia, y éstas se ponen en valor, el mayor siente que tiene su lugar y se siente valorado. Por el contrario, si socialmente se identifica edad con exclusión e inutilidad, es más que probable que su autoestima decaiga y sus ganas de vivir y participar socialmente, se esfumen.

Muchas personas, en la sociedad moderna actual, cuando llegan a la tercera edad, sufren un proceso que les aleja de ese fortalecimiento de la autoestima que se suele producir, como ya hemos indicado, al ir alcanzando la madurez, pues profundizamos de una manera natural en el autoconocimiento personal. Esta circunstancia puede traer aparejado el empeoramiento del estado de salud de nuestros mayores, que ven mermada su autoestima cuando se sienten incluidos en el conjunto de personas de avanzada edad, de viejos que sufren la soledad y, en casos más extremos, el abandono.
Llegado el momento en el que ya no disfrutan de las mismas capacidades que antaño, tanto físicas como mentales, los coloca en una situación anómala, por lo que las limitaciones que sufren y la dependencia de familiares para realizar algunas de las tareas más cotidianas, disminuyen la consideración que tienen de ellos mismos. Hay que tener mucho cuidado con esto ya que puede derivar en episodios depresivos, de tristeza profunda y en la expresión recurrente del deseo de morir.
Es muy importante identificar este proceso de pérdida de la autoestima y contribuir a fortalecer el vínculo y el aprecio por la vida de las personas mayores, para que puedan disfrutar de su vejez de una manera sana y equilibrada. Aceptar con dignidad la situación de que ya no se tiene el mismo vigor, energía y capacidades físicas de antes, debe conducir a reorientar sus intereses hacia otros objetivos bien diferentes a los que se tenían en etapas anteriores de sus vidas.
Para ellos se hace evidente que las amistades, los familiares coetáneos, los contactos sociales se van evaporando, lo que significa que se avanza hacia una soledad no deseada y a una evidente disminución del ritmo de vida. Poco a poco van apareciendo pensamientos negativos en los que se plantean que son una molestia y un cero a la izquierda que ya no aporta nada. Se deprimen y se aíslan afectivamente, y desarrollan sentimientos negativos como el miedo, la desconfianza, la vergüenza o la rabia.
Si la autoestima del mayor es firme y positiva, éste se siente reconocido e importante, expresa sus deseos, defiende sus ideas, se ve menos afectado por los cambios, enfrenta las pérdidas con más fortaleza de ánimo, siente necesidad y participa en la búsqueda de información, y, en pocas palabras, sigue disfrutando de la vida.

¿Qué podemos hacer para luchar contra el desánimo y mejorar su autoestima?
Podemos hacer mucho y de muchas maneras. Lo principal es que a los mayores nunca se les pierda el respeto y se sientan queridos y valorados como la fuente de experiencia que son. Siempre tratarlos como adultos, personas capaces y autónomas dentro de sus posibles limitaciones.
- Hablemos con ellos como los adultos que siguen siendo. Pidámosles consejo, conversando y compartiendo pensamientos, situaciones y preocupaciones. Son muchos los núcleos familiares en los que se termina tratando al mayor como si fuera un niño, haciéndoles sentir que son dependientes, inútiles y una carga.
- Es importante que se sientan escuchados y permitirles expresar su opinión, intercambiar impresiones y fomentar el diálogo cercano. Del mismo modo debemos permitir que tomen sus propias decisiones en aspectos que les atañen directamente. Tenemos que procurar no imponerles sin consultarles.
- Intentemos que continúen haciendo algunas de las tareas que realizaban anteriormente, aunque les suponga un mayor esfuerzo cada vez. Esto les lleva a la satisfacción implícita de sentirse útiles, de que aportan más que restan.

- Men sana in corpore sano. Evitar que tiendan a estar sentados la mayor parte del tiempo viendo la televisión en soledad. Animarlos a pasear, a realizar actividad física que oxigene su cuerpo y su cerebro. Una buena idea es compartir con ellos visitas culturales, asistir a exposiciones, ir al teatro, al cine, realizar actividades que les motive, que les incentive el gusto y la curiosidad por este tipo de acciones. Otra es favorecer que asuman nuevas responsabilidades como hacer la compra diaria o cuidar de los nietos. Tenemos que poner todo de nuestra parte para que en su día a día no quepa el aburrimiento. Acción contra reflexión. Un mayor ocioso y aburrido siempre tiende a pensar negativamente sobre su vida y su propia existencia.

- Insistirles en el cuidad personal, en la higiene física que conduce de alguna manera también a la mental. Es una tendencia en las personas mayores el abandono en el aspecto. Es muy habitual perder el interés por cambiarse de ropa, asearse poco o descuidar el pelo. Verse mayor y descuidado afecta muy negativamente a la autoestima.

- Hacer lo posible por fomentar la socialización y que sigan interactuando tanto con personas de su edad como con otras de su entorno más cercano, teniendo consideración con su intimidad y respetando su manera de relacionarse.
Todos estos consejos son muy fáciles de poner en práctica y realmente útiles a la hora de enfrentarnos con los primeros indicios de pérdida de autoestima, pero lo ideal sería que no hubiese que pensar en ellos como remedio a una situación, sino como una rutina, como algo que hacemos de manera espontánea y natural.
Respetar su espacio y su edad, y hacer partícipe de nuestras vidas a los mayores que viven con nosotros, refuerza su seguridad en sí mismo al sentirse con un hueco propio en la esfera de la familia. En cuanto a que se produzcan episodios esporádicos de negatividad provocados por situaciones puntuales, debemos tener la suficiente sensibilidad y atención para detectarlos, acercarnos a ellos y ofrecernos para aunar esfuerzos. Debemos establecer un diálogo, preguntarles si identifican o saben el porqué de su desanimo y ayudarles a dibujar un camino para superarlo, un camino en el que tengan la certeza de que no estarán solos.
Este último año, que ha venido marcado por la pandemia de la Covid-19, ha sido especialmente duro para las personas mayores y su autoestima. El hecho de que el mayor número de muertes se hayan producido en el ámbito del grupo social de mayores de 65-70 años, y en especial en las residencias geriátricas, ha supuesto para ellos un fortísimo impacto. No solo el saber que el número de fallecimientos entre los ancianos ha sido muy elevado, sino las medidas adoptadas para paliar los efectos y los contagios, los ha colocado en una situación de aislamiento que nos hace intuir una deriva hacia la baja autoestima. A esto se le suma la sensación de vulnerabilidad que pueden llegar a sentir al considerarse un grupo de alto riesgo, y por los cambios que se han producidos en sus rutinas. No poder socializar con otros residentes y trabajadores como antes en el caso de los que viven en residencias, no poder salir a la calle durante muchas semanas o no poder disfrutar de la visita de familiares y amigos supone, para las personas de edad, un cambio que afecta considerablemente su estado de ánimo.
Es el momento de estar ahí para ellos, de apoyarlos y que nos sientan cerca, tanto para los que viven con sus familias como para los que lo hacen en las residencias. Atender las necesidades emocionales de estos últimos pasa por intentar fomentar el contacto a través de los medios que están a nuestra disposición. Aprovechar las ventajas del mundo digital, haciendo videollamadas, por ejemplo, o intentar tranquilizarlos en las visitas concertadas, sin faltar a ellas, para ofrecerles la tranquilidad que les da el saberse atendidos y recordados. En resumen, evitar por todos los medios que la soledad que puedan sentir les sea del todo insoportable y afecte negativamente a su autoestima.